EN PALESTINA TAMBIÉN SE CUECEN HABAS
- Nere Arima
- 24 may 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 may 2019
"Wajib", una película actual con mirada Palestina

Annemarie Jacir lleva al cine el recurrente argumento universal de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. El conflicto generacional se cuenta a través de la difícil relación entre un padre y un hijo palestinos. Mientras el sexagenario se aferra a la tradición y a la patria, el joven - exiliado en Italia - critica continuamente la cerrada mentalidad de su país natal. Pero lejos de establecer un discurso, Jacir define la postura de los personajes dentro de una lógica que dificulta decidir cuál de los dos tiene razón. La historia se desarrolla en Nazaret, en pleno conflicto, donde unos y otros se esfuerzan en aparentar que todo está bien.
La autora nos guía en la narración valiéndose del Wajib: tradición palestina que consiste en repartir las invitaciones de boda en mano y sin intermediarios. Con este fin, Abu Shadi y Shadi (padre e hijo) recorren la ciudad invitando a sus vecinos y amigos a la boda de Amal, hija y hermana de los anteriores. Esta road movie urbana, construye así, un retrato colectivo-social compuesto por perfiles individuales y relaciones afectivas.
Desde la situación de unos protagonistas (masculinos) pertenecientes a un colectivo reprimido, el film propone una mirada activista. La directora muestra lo que supone ser árabe en un país ocupado por judíos; recurriendo a la anécdota, la cotidianidad y la convivencia. Las mujeres ocupan un segundo plano, y la boda de Amal es sólo el pretexto para poner en marcha a los protagonistas.

A pesar de esto, la comunidad queda retratada es este aspecto: ciertas situaciones describen los prejuicios de una sociedad todavía muy machista; pero sorprendentemente no tan diferente a la nuestra.
No es una película especialmente innovadora en lo que a narración se refiere. A pesar del contexto en el que transcurre, la cotidianidad de los sucesos y el tratamiento transciende la barrera cultural. Jacir emplea recursos bastante tradicionales logrando siempre su objetivo. Juega con la percepción de los más anticipados: muchas subtramas parecen fácilmente previsibles y el espectador cree estar resolviéndolas en el mismo momento que se plantean. Pero en el transcurso del film, los acontecimientos no se dan de esa manera, causando que el interés se mantenga durante casi todo el metraje.
La fotografía está cuidada y los recursos escogidos para enseñar la ciudad y sus contrastes son adecuados, sin caer en redundancias. Algunos planos adoptan carácter documental reforzando así la idea de cine activista. La cámara está siempre muy cerca de los personajes, los acompaña siempre en su recorrido, y a menudo los sigue por la espalda.
Si algo hay impecable en el film, es la interpretación de Mohammed Bakri, actor que interpreta a un padre de familia algo conformista que simula estar aceptando una dura realidad. Mientras lanza una mentira tras otra, parece que llega a auto convencerse de que todo va bien. La verosimilitud que aporta dicha actuación, sirve como trampolín para universalizar un drama familiar que se da en una cultura tan aparentemente lejana a la nuestra.
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